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domingo, 21 de abril de 2013

Bancos centrales ante el laberinto


La política económica europea bien parece estos días un laberinto de opiniones encontradas sobre cómo establecer una receta a medio camino entre disciplina y apoyo a los países con mayores dificultades —ahora, fundamentalmente, a Chipre y Portugal— y, en general, sobre cómo salir de la crisis y tomar el camino de la recuperación económica con los importantes lastres de deuda y ajuste pendientes. El estancamiento es considerable, ante la evidencia manifiesta de división y falta de iniciativas en una dirección fructífera. De hecho, la forma de instrumentar y/o enmendar rescates sigue siendo la prueba más clara de esa falta de definición. Cunde una cierta desesperación por las dificultades para salir de este laberinto que es la economía europea.
 Como en otras ocasiones en momentos de estancamiento político e institucional —y de desazón y desapego social—, muchos ven en el Banco Central Europeo (BCE) la principal referencia para dirigir la salida del laberinto, el Dédalo que debe marcar el camino para evitar ser atrapados por el Minotauro. Evidentemente, como se trata de una responsabilidad que excede su mandato, los primeros mensajes de prudencia los pone la propia autoridad monetaria. Entre otras cosas porque Mario Draghi, su presidente, debe saber bien la enorme dificultad de asumir ese liderazgo y que no existen milagros ni salidas rápidas para un buen número de países. Lo que sí es conveniente es que haya salidas claras que, aun de forma lenta, avancen en una dirección firme, de resultados palpables que además puedan hacer a la sociedad no solo partícipe, sino también cómplice del cambio.
Se mira mucho al BCE porque ha cundido la idea de que la expansión cuantitativa de la Reserva Federal (Fed) en EE UU es una referencia a la que Europa debería acercarse cuanto antes y que el BCE debería liderar. Bien es cierto que las acciones de la Fed han sido más contundentes y que, en cierto modo, han despejado muchas de las dudas que se habían generado. Sin embargo, EE UU sigue en su propio laberinto porque no hay solución monetaria si no va acompañada de la suficiente coherencia fiscal, y parece que no solo el Presupuesto, sino la propia capacidad de acción para establecer reformas suficientemente ambiciosas, se hallan secuestrados en la economía norteamericana. En este contexto, la expansión cuantitativa desarrollada en EE UU es un experimento sin precedentes, probablemente con pocas alternativas y además un experimento en marcha. Los temerosos ven en la inflación y la deuda acumulada las alas de cera de Ícaro de la expansión cuantitativa y piensan que tarde o temprano esas alas se derretirán. Está por ver porque, de momento, la estrategia de política monetaria en EE UU parece haber producido bastantes más beneficios que perjuicios.
Una cuestión distinta es que la política monetaria de la Fed pueda ser exportable a Europa. De partida, los ambientes institucionales son muy distintos, y los equilibrios precisos para tomar decisiones contundentes son mucho más complejos en Fráncfort que en Washington en la mayor parte de las ocasiones. El juego de expectativas es distinto. Esto explica, precisamente, que tan solo una promesa como el programa OMT (Outright Monetary Transactions) de compra de deuda, algo contingente y no materializado, haya traído más estabilidad a los mercados que casi ninguna otra acción más o menos coordinada de los Gobiernos europeos. Lo que deberíamos aprender de ello es que el poder estabilizador de cualquier acuerdo de apoyo y solidaridad entre los Estados europeos es muy potente.
La figura de Draghi se ha erigido como el principal exponente de ese poder contingente. En EE UU hacen falta acciones en tiempo real. En Europa nos conformamos con el potencial de las promesas. Pero ese potencial no es infinito, hacen falta otros pasos muy importantes. Desgraciadamente, el más necesario, la unión bancaria europea, parece alejarse, ya que poco a poco se constata que su implantación se retrasará. Ahora surgen algunas ideas atractivas, como que el BCE arbitre mecanismos de financiación directos o indirectos para apoyar a las pymes. Es cierto que este apoyo vendría muy bien a países como España, aunque no deja de ser complicado estimular el crédito y la financiación en un país que ya parte de un elevado nivel de endeudamiento privado. Además, cualquiera de estas iniciativas debe estar situada dentro del mandato del BCE y contar con los apoyos políticos europeos para ello, cuestiones nada fáciles. Lo que sí que parece preciso es que el marco en el que se inserte cualquier estímulo —monetario o no— sea uno razonable en cuanto a las exigencias de consolidación fiscal. Renegociar los plazos para cumplir con los objetivos de déficit no solo es razonable, sino que debería ser una prioridad.
Por supuesto, esa renegociación de plazos debe ser compatible con un aumento de la credibilidad de nuestro país en el cumplimiento de los objetivos del déficit fiscal que se fijen. Las dos cosas deben ir aparejadas para que no se nos asfixie fiscalmente en el corto plazo, pero a la vez no se disparen el déficit y la deuda pública a niveles insostenibles en el medio plazo. Por tanto, para salir del laberinto hay que combinar la audacia —para lo que el BCE seguirá siendo fundamental— con la cordura, para lo que se precisa la mayor de las coherencias por parte de los socios europeos, incluida España.

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